Por: Ivonne Zamora
Dreamstate 2025 se vivió como ese momento en el que la música te levanta del piso, te agarra de la mano y te dice “ven, te voy a recordar por qué te enamoraste de esto”.
El festival celebró su décimo aniversario en grande, entre Long Beach y San Francisco, con un espíritu tan intenso que parecía que el trance había rejuvenecido diez años de un solo golpe.
En SoCal, la vibra fue histórica: la Queen Mary Waterfront se convirtió en un santuario azul, hipnótico, donde leyendas como Tiësto regresaron a sus raíces en un set de trance que nadie vio venir, acompañados por pesos pesados como Paul van Dyk, Gareth Emery, Ferry Corsten, Giuseppe Ottaviani y Aly & Fila, todos tejiendo ese sonido que es pura emoción comprimida en BPMs afilados.
La curaduría fue una carta de amor completa al género: trance clásico, melodic, psy, progressive, tech-trance… como si Dreamstate hubiera decidido no elegir y darnos absolutamente todo, mientras la nueva generación —Amy Wiles, Ben Hemsley y compañía— demostraba que el futuro suena igual de épico que el pasado.
Mientras tanto, Dreamstate San Francisco 2025 se sintió como el renacimiento del espíritu del Bay Area: dos escenarios (“The Dream” y “The Vision”) que mezclaban lo melódico, lo underground y lo más filoso del trance moderno, creando una atmósfera que recordaba a esos raves que empiezan suaves y terminan quemando la madrugada.
Y como si todo eso no fuera suficiente, Dreamstate remató el año con un regalo para la comunidad: el álbum 10 Years of Dreamstate, una compilación de 20 tracks que viaja por el pasado, presente y futuro del género, coronado por Is This Only a Dream?, el himno creado por Paul van Dyk y Aly & Fila, perfecto para ese sentimiento de nostalgia luminosa que tanto caracteriza al festival.
En resumen, Dreamstate 2025 no fue solo un festival: fue una declaración de principios. Un recordatorio de que el trance no está viviendo un revival… simplemente nunca se fue.
Sigue evolucionando, sigue mutando, sigue moviendo miles de almas que se reconocen unas a otras cuando el drop no busca romperte, sino elevarte.
Y este año, más que nunca, la familia del trance lo sintió: diez años después, Dreamstate no solo sigue vivo, sigue soñando más grande.
